Crítica de Arte

martes, 25 de noviembre de 2014


De la serie mini invenciones....

 Jazz en el barco

"Entonces partió; sin pronunciar un mañana. Como si el futuro más próximo no existiera, sin arrojar siquiera la ínfima certeza que existe en un "tal vez", como si decir "probabilidad" fuera un vicio demoníaco que solo tiene cabida en el juego y las apuestas. Partió como parten todos los barcos, hacia adelante y mirando al horizonte. Partió rompiendo olas y corazones, los corazones de la gente del pueblo que lo veía alejarse. Partió y el alma de María quedó anclada a esa mirada, a esa boca a esos brazos, encallado en las aguas más profundas de la desolación, la angustia y la tristeza. Partió y  se dijo a sí misma, "Que se hunda mi vida en la esperanza o en la desesperanza, no el Baljus." Era el trompetista de la banda de jazz quien partía..."

fragmento de la novela "Jazz en el barco", de John Hathaway.


 Por increíble que parezca, en aquella casa cerca del puerto había un gramófono de mesa de 1920, si un gramófono. Era una sencilla pero lujosa pieza que el padre de María había traído de Estados Unidos, habiendo gastado en ello la paga de cuatro arduos meses de trabajo en alta mar; todo con la esperanza de que su hija no se enamorara de un marinero. Los marineros pasan mucho tiempo lejos de sus casas, tienen amantes en cada puerto y hacen muy desdichadas a sus mujeres. Pensaba que si la muchacha tenía algo con que entretenerse, pasaría más tiempo en casa y pondría menos atención en los hombres. ¡Vaya! no es que Nicolás fuera un idiota, pero por alguna extraña razón creyó que el aparato ayudaría. En cada viaje, cuando los dejaban salir del barco para emborracharse y tomar hembra, Nicolás iba en busca de acetatos de 78 revoluciones por minuto para regalarlos a su hija, fue así como María conoció de jazz, blues y be-bop, escuchando los discos en el Dulceola; música que entró directo a su corazón por que su oído estaba afinado previamente por el sonido de las olas del mar. Por eso, cuando escuchó a la banda que recién había desembarcado, en el atrio de la iglesia principal del puerto de Veracruz, la niña se enamoró perdidamente del hombre que tocaba la trompeta. Bendita su estampa, María nunca se conoció amor de marinero, maldita su estampa, la niña de sus ojos terminó hecha mujer por un músico; un jazzista amante de la vida y las mujeres que pasaba una cuarta parte del año en el Baljus. Nada se reprochaba más en esta vida Nicolás, que haber traído ese maldito gramófono Dulceola modelo R78-E Berliner. El Amargaola R-78 al carajo mi puta suerte.


Él era la más pura ausencia. María había consagrado su corazón a la ausencia, a la nada, al silencio. Porque eso pasa cuando te enamoras de un músico que cada dos meses emprende un viaje de improbable retorno por las rudas aguas del Atlántico. Pero María quería al trompetista como a un ave libre, lo amaba como amaba sus paseos por la playa y la imagen de las gaviotas emprendiendo el vuelo. Lo amaba, simplemente lo amaba, por eso no quería atarlo a su lado ni a su recuerdo. Sabía que un músico no es presa fácil, es más, ni siquiera es una presa en potencia. Ellos ya fueron capturados; le pertenecen a Euterpe y a al instrumento que tocan, como los poetas a Erato y a la imaginación, como los bailarines a Terpsicore y a la demencia, como los historiadores a Clío y a la memoria, como las sirenas al canto, como la sal al mar. Los artistas no tienen nacionalidad. Su único jefe es la pasión, solo ella puede despedirlos o invitarlos al trabajo. Su capataz es la técnica, a quien rinden cuentas, escusas, pretextos, pleitos, dedicación, responsabilidad y esfuerzo. Son esclavos del amor y del dolor, si no sufren no producen; y el que les paga, es actor secundario, si acaso, tramoyista en la obra de teatro que montan. Trabajan para si mismos, para su catarsis, y terminan siendo obreros de la humanidad. Su trabajo no genera plusvalía, y no hay manera de integrarlos al discurso del progreso y la evolución ¡malditos irredentos! 

Hacía dos semanas que el Baljus había partido y a María le parecían dos años. Miró la cocina, el estudio, el librero, el gramófono Dulceola y la máquina de coser, todo estaba en la misma habitación. Suspiró, se armó de valor y de paciencia y volvió al ritmo de lo cotidiano, porque, cuando se trata de vivir prácticamente o prácticamente de vivir (en paz), al amor hay que hacerlo a un lado. Cuando se trata de crear, entonces sí, que venga y nos fastidie.




Había llegado el final, o al menos uno de ellos. Esa noche, María se despertó súbitamente con la cabeza hecha una licuadora, estaba confundida y todo le daba vueltas. La náusea se instaló en su tráquea, era un reflejo de su cuerpo que quería desechar los besos del trompetista. Él ya era ausencia y sus besos veneno. Afuera todo era tranquilidad y silencio; era la calma, la calma que antecede al huracán. Las olas de la playa del puerto cantaban una canción de cuna, mientras que a mitad del Atlántico una orquesta retumbaba. Esa noche la banda de jazz no tocó, había mal tiempo y el Baljus era una pesadilla, la misma pesadilla que levantó a María de la cama, ambos estaban en el ojo de una tormenta, la tormenta del naufragio y la incertidumbre.

Jazz en el barco... J.H.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Así viví la marcha #AccionGlobalporAyotzinapa #20NovMex #Yamecanse


Así viví la marcha

#AccionGloblalporAyotzinapa #20NovMex

Una breve narración de lo sucedido en la marcha del 20 de noviembre de 2014:

Llegamos por el metro Insurgentes para incorporarnos a la manifestación a la altura del monumento a Cuauhtémoc. Comenzamos a marchar en un pequeño contingente, poco cohesionado pero siempre atento a que permaneciéramos juntos en respuesta a las medidas de seguridad que sabíamos debíamos tomar. 

Caminamos por Avenida Reforma sin ningún contratiempo, algunos huéspedes nos observaba desde sus cuartos de hotel de 5 estrellas, no sé si con admiración, desprecio o desconcierto, puesto que para nosotros se veían sólo como siluetas negras, sombras carentes de expresión alguna. A lo largo de la avenida no había granaderos, pero sabíamos que estaban en los alrededores o esperándonos en el Zócalo, pues desde la mañana, en redes sociales se había advertido de militares vestidos de civiles circulando en camiones por la ciudad; eso si, por todas las calles había patrullas y elementos de la policía de tránsito. 

Durante nuestra caminata, en varias ocasiones contamos hasta 43 para después gritar al unísono ¡JUSTICIA!, la cual fuera la consigna más socorrida de los manifestantes, y aunque tengo mis reservas respecto a que la petición que abandera las protestas y manifestaciones sea: "Vivos se los llevaron vivos los queremos", en algunas ocasiones sumé mi voz a la demanda que, a estas alturas, me parece imposible pueda llegar a concretarse. Mi sentir, haciendo a un lado las pruebas y el desarrollo de los hechos desde el 26 de septiembre a la fecha, es que los 43 estudiantes fueron muertos, sin embrago, dieron vida a una movilización social a nivel nacional y con apoyo internacional, que aún no se consolida en un movimiento articulado y con objetivos claros, y a la cual ciertamente le hace falta una demanda más contundente y realista, pero sobre todo más elaborada y estudiada, algo que trascienda a la vaga esperanza de encontrar 43 cuerpos con o sin vida y que vaya más allá del castigo a los respectivos los culpables que no se reduce a los sicarios de Guerreros Unidos y a José Luis Abarca, ex-representante del poder municipal en Iguala, Guerrero. El crimen organizado está infiltrado en las cúpulas más altas del poder, y las cúpulas más altas de poder también son criminales organizados, no existe tal cosa como los políticos buenos y los narcotraficantes malos, las redes de poder y corrupción son estructuras internas bastante complejas, una maraña que debe investigarse con profesionalismo para poder entenderla y así ver por donde puede empezar a desarticularse.

Al llegar al Zócalo todo parecía tranquilo, permanecimos en la plancha unos minutos observando como algunas personas de la multitud señalaban con láser verde a sujetos que corrían y se escondían en los remates de la azotea del Palacio Nacional ¿militares? ¿la guardia del EMP? ¿halcones?, muy probablemente franco tiradores dispuestos a disparan a la orden. A la par, se oían ruidos confusos, no sabíamos si eran disparos, al parecer eran las explosiones de las bombas molotov arrojadas por supuestos manifestantes, o mejor dicho, grupos de choque vestidos de civiles que actuaron bajo las órdenes del gobierno, todo en aras de justificar la presencia de un enorme cuerpo de granaderos fuera de toda proporción respecto a la manifestación que en todo momento se declaró PACÍFICA. Es por todos sabido que, los grupos de choque, a los que se le ha dado por llamar "anarquistas", generan desmanes para detonar la violencia y así tener un pretexto que ampare la intervención arbitraria e injustificada de los granaderos, bestias entrenadas para reprimir, peones de un gobierno corrupto y temeroso del poder del pueblo.

Mientras observábamos a los franco tiradores del Palacio Nacional, una nube se alzó a lo lejos, sin saber que ocurría realmente varios manifestantes corrimos como una reacción en cadena. Nosotros no pudimos ver nada, pero muy cerca de Palacio Nacional se estaban dando enfrentamientos. Las bombas molotov seguían siendo lanzadas y para ese momento los granaderos ya habían comenzado a intervenir, primero con extintores y luego con gas lacrimógeno. Finalmente, el Estado no dudo en usar la fuerza, poco después de estos incidentes provocados, el cuerpo de granaderos comenzó a replegarse por todo el zócalo con la finalidad de desalojar intimidar y reprimir a los manifestantes, afortunadamente, a esas alturas ya habíamos tomado la decisión de marcharnos en contra flujo y evitando las calles en las que sabíamos podían encontrarse los granaderos. Cuando llegué a casa me enteré que mientras partía había comenzando una cacería de manifestantes acompañada de detenciones arbitrarias, según medios electrónicos, se sabe de al menos 30 detenidos 20 de ellos estudiantes, además de decenas de heridos durante los enfrentamientos, los vídeos ya circulan en la red al igual que la indignación de muchos. La moneda tiene dos caras, hay tanto videos que muestran las aciones intolerantes y represivas por parte del gobierno, como aquellos que documentan el desarrollo pacífico de la marccha, en la que los estudiantes hicieron uso del arte como medio de protesta y gala de su ingenio.

Quienes piensan que las manifestaciones no son la solución a los problemas del país, desafortunadamente tienen toda la razón, sin embargo, los que marchamos no estamos equivocamos. Las protestas sociales son un ejercicio político que debemos practicar para dominarlo y perfeccionarlo, y así poder obtener resultados más efectivos que ayuden a cumplir nuestras demandas. No sólo se trata de saber como actuar y como responder ante las provocaciones del Estado, encaminadas a desacreditar los movimientos, atemorizar a los ciudadanos y así evitar que ejerzan su derecho a la libre expresión y a la libre asociación, lo más importante es tener la capacidad de establecer demandas realistas y claras que demuestren la comprensión de las problemáticas sociales su origen y sus repercusiones. La marcha del 20 de noviembre de 2014 en apoyo a los padres de los 43 los normalistas desparecidos, es una muestra más de una sociedad  ávida no sólo de un cambio, sino de un espacio para la participación proactiva. No sólo debemos luchar por la calle como lugar  simbólico para la libre manifestación de ideas, sino por los espacios de participación democrática que existen. Los kilómetros recorridos por miles de manifestantes son sólo un pequeño paso hacia una "revolución" que quizá nuestra generación no vea estallar ni mucho menos concluir en la victoria. La marcha del 20 de noviembre de 2014 no es la vaga esperanza de un cambio a largo plazo, sino la condición para poder afirmar que lo único que permanece es el cambio.